¿Qué quiere decir para nosotros
pronunciar un “sí”? Decir “sí” a Dios significa antes que nada permitir obrar
en nosotros su gracia y su potencia liberadora. Un “sí” que es sinónimo de
libertad, inmensa libertad. Una libertad que contemplamos anticipada en aquel “sí”
pronunciado por María. Expliquémonos mejor esto. La gracia operante y
santificante de Dios se comprende solamente a partir de este “sí” de María.
Ella es la Inmaculada desde el primer instante de su concepción; lo que quiere
decir que en ella no hay sombra de pecado. Alguno podría preguntarse entonces
¿hasta qué punto el “sí” de María es libre? Pregunta que en sí tiene una propia
legitimidad y racionalidad. Tal libertad se puede comprender precisamente sólo
desde este mismo “sí” de María. Demos un paso más. ¿Qué es lo que ha realizado
Cristo y continúa a obrar en quien se configura a la voluntad divina? Jesús nos
ha librado de nuestras culpas para que pudiéramos finalmente responder con libertad
a Aquel que pretende la libertad, pues sólo hay libertad si se puede responder
con amor. Si no hay libertad no puede haber amor, solamente constricción, una
constricción que muchas veces proviene de nuestros sentimientos de culpa, del
mal recibido o que nosotros mismos hemos cometido; en fin, de aquella herida
mortal que llamamos pecado original.
Cristo viene a liberarnos para
atraernos hacia el amor más grande, más auténtico, liberado de nuestro egoísmo.
Para que ese “sí” sea libre, auténtico, pleno, es necesario vivir primero una
experiencia de liberación. Eso es lo que en María, pues nada es imposible para
Dios, esa liberación ha obrado anticipadamente, para que, en plena libertad,
Ella pudiera responder o “no” o “sí”. Porque el Hijo de Dios no habría podido
jamás encarnarse en su seno sin esta libertad, sin este “sí” realmente
auténtico, puro y libre. Es la razón por la cual Dios no podía irrumpir en el
tiempo, en la historia, en la humanidad, sin aquel “sí” sin el permiso de su
creatura; es por ello que María es llamada la nueva Eva, la Madre de todos los
creyentes. En Ella es anticipado aquello que por nosotros sucedió en la Cruz:
nuestra liberación.
La magnitud existencial de este “sí”
es comprensible solamente a partir de una experiencia concreta de liberación,
realizada por Dios y no por nuestras fuerzas. Aquello que en María, por los
méritos de Cristo, ha sido obrado desde los primeros instantes de su
concepción, en nosotros se realiza en el camino de conformación a Cristo. El
drama del ser humano consiste en conformar la propia voluntad con la verdad de
Dios. Diciendo “no” a Dios, el hombre cree ser finalmente sí mismo, cree haber
llegado al culmen de la propia libertad. Solamente en el “sí” el hombre llega a
ser realmente sí mismo; sólo en la grande apertura del “sí”, en la unificación
de su voluntad con la voluntad divina, el hombre llega a ser inmensamente
abierto, llega a ser “divino” (Benedicto XVI, Audiencia General, 25 junio 2008)
y verdaderamente libre.
Para nosotros, este camino de liberación
comienza con el seguimiento de Cristo, el cual nos lleva gradualmente a la
conciencia y a la plenitud de aquel “sí” en el momento en el que nos abrimos a
Dios. María ha sido la primera en ser
liberada para poder decir su “sí”, y, si acaso, en el camino del seguimiento
del Hijo ha debido, en un segundo momento, conformarse continuamente
renovándolo diariamente; nosotros, distintamente, es propio encaminándonos
sobre las huellas del Hijo de Dios que llegamos, con la ayuda de la gracia, a
pronunciar definitivamente y en plenitud nuestro “sí” a Dios.
1 comentarios :
:) !!
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