La Señal del año nuevo, coincide con la señal dada
a los pastores en Belén, coincide con el nacimiento de este niño, coincide con
el año jubilar “Jesús, el rostro de la misericordia del Padre”.
Una señal que no todos reconocen por muchos y
variados motivos: por dolor, por egoísmo, por ceguera espiritual, por tristeza…
Una señal que no atemoriza, una señal ausente de “poder”, una señal que pide
ser abrazada, tomada en brazos, amada. Una señal que para los que tienen miedo
de ella, les brinda una sonrisa y les dice “no temas”; una señal que para los
que han experimentado los dolores más grandes de este mundo les ofrece
esperanza; una señal que para los que están cansados y agobiados les ofrece
restauración, reparación de sus fuerzas; una señal que para el mundo ofrece el
don de la Paz verdadera.
Los pastores, acudiendo con sus dudas, con sus
cargas, al encuentro de esta señal, después de ver al Niño regresaron alegres,
dando gloria y alabanzas a Dios por lo que sus ojos miraron. No lo olvidemos,
el Hijo de Dios nos da, no nos quita; se nos ofrece, no nos sacrifica.
En este día último del año, el deseo de bendición
para todos los que nos rodean nos nace naturalmente. Lo bello es descubrir que
a cada momento, Dios nos ofrece a su Hijo como inicio de año nuevo, de Vida
Nueva, de bendición inagotable para uno y a través de nosotros a los que
sufren.
¡Feliz Año nuevo, Feliz Vida Renovada con Jesús!
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