El Corazón del Adviento

domingo, 14 de diciembre de 2014



Estamos en el centro del Adviento, y se nos presenta en este III Domingo con insistencia la figura del Bautista, que nos ayuda a prepararnos para acoger la Luz de Dios en nuestra vida que es Jesús. Su Palabra es la luz que ilumina y alegra nuestra vida, sin ella no hay alegría, ni calor en el corazón.
Yo no soy, yo no soy, dice Juan Bautista, como diciéndonos preocúpense más bien por Aquel que viene (y ya está en medio de ellos), Él si es quien importa saber quién es, a qué viene, que trae, etc. Yo se los anuncio, vayan hacia Él, nos dice Juan. Esta dirección en la que nos pone Juan Bautista conlleva una exigencia de claridad acerca de a quién estamos buscando, como cuando Jesús pregunta a sus discípulos ¿Qué están buscando? ¿A quién buscan? ¿Qué quieren encontrar en mí? ¿Qué quieren encontrar en el anuncio de Juan?
En el corazón del Adviento, como decíamos ya, encontramos esta necesidad de ser completamente sinceros y transparentes con Aquel que nos conoce mejor que nosotros mismos.  Los sacerdotes y levitas tenían pretensiones y prejuicios acerca de Juan. Es cierto, querían entender qué significaba la obra que Juan estaba realizando. El problema es que en el fondo parece que buscaban aprobarlo o desaprobarlo, y no dejarse interpelar, interrogar por sus palabras. Parece que como enviados de otros, los judíos, no se dejaron enviar por Juan hacia Jesús, quedándose la voz de Juan ahogada en sus pensamientos, disuelta por el polvo del desierto donde predicaba y bautizaba, siendo solamente un sonido en medio de sus voces que no quisieron apartar de sus corazones. La verdad de nuestra vida y deseos profundos nos llevan a buscar algo más en este mundo, algo que supere toda realidad terrena. Pero, ¿se puede encontrar en el mundo algo que supere la realidad terrena y nos haga plenamente felices, plenamente hombres? ¿No es una contradicción? Este es el misterio de Dios en la historia de los hombres. Juan se presentó como uno que no pertenecía ni al ambiente religioso ni político de su tiempo. Anunció simplemente que hay que mirar hacia la novedad que Dios está trayendo al mundo y a la vida de los hombres, una transformación inesperada, una presencia totalmente nueva, distinta, que lo único que pide es confianza en Aquel que me supera, y sobretodo en que Aquel que va  a realizar esto, porque lo hace solamente movido por el amor. 

Juan dice que no es digno de desatar la correa de las sandalias de Aquel que viene. Este gesto puede significar dos cosas, que en el fondo van unidas. El primer significado hace alusión a un gesto que indicaba la renuncia de dar descendencia a la esposa del hermano muerto (práctica vigente en el tiempo de Jesús), renuncia de tomar el lugar del esposo porque no le corresponde. El segundo significado puede indicar el gesto de los esclavos, de los siervos, y con esto Juan estaría diciendo que el único esclavo y verdadero siervo de Dios es Jesús, y nos está anunciando ya cómo será la obra salvadora de Jesús, cómo la va a realizar, no por la fuerza, no destruyendo, sino purificando, perdonando, rescatando al pecador que de por sí merecería la muerte, dando a cambio su vida.


Este es el misterio de la vida de Cristo, de su muerte y resurrección, al cual el tiempo de Adviento quiere prepararnos para celebrarlo en la contemplación, admiración y agradecimiento a Dios Padre por el don de su Hijo. Una realidad verdaderamente humana, y por lo tanto comprensible y cercana a nosotros, y a la vez verdaderamente divina, pues este verdadero hombre es el verdadero Dios, el Hijo de Dios, verdadero y único rostro del Padre. Por lo tanto, desde la encarnación de Jesús, hay algo nuevo en la tierra, algo que nos puede guiar como verdadera Luz en nuestra vida; desde la encarnación del Hijo de Dios, ya hay algo maravilloso en la tierra que puede llenar y dar plenitud a nuestras vidas; desde su encarnación, Dios está presente en un modo nuevo en la tierra, realísimo, bellísimo, único, y más aún, su presencia en mí por el don del Espíritu Santo, me hace a mí mismo ser signo de Él, testigo de su Luz que va transformando mi vida. Ahora tengo una misión particular, toda mía y a modo mío, que encaja en su plan universal de salvación: ser Luz del mundo acogiendo constantemente su Luz que me visita día con día, que me alcanza cotidianamente, que sigue abajándose para salvarme a mí y hacer de mí instrumento de paz y salvación para el mundo. Bendito abajamiento de Jesús, bendita presencia real que me ilumina desde sus sacramentos y me transmite su gracia, bendita identificación con los pobres, sufridos y necesitados de este mundo que me indican un lugar seguro donde Él se encuentra. Bendito el Adviento que me hace mirar hacia la verdadera Luz. Bendita Navidad que abre mis ojos a la Verdad. 

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