
Yo no soy, yo no soy, dice Juan
Bautista, como diciéndonos preocúpense más bien por Aquel que viene (y ya está
en medio de ellos), Él si es quien importa saber quién es, a qué viene, que
trae, etc. Yo se los anuncio, vayan hacia Él, nos dice Juan. Esta dirección en
la que nos pone Juan Bautista conlleva una exigencia de claridad acerca de a quién
estamos buscando, como cuando Jesús pregunta a sus discípulos ¿Qué están buscando? ¿A quién buscan? ¿Qué
quieren encontrar en mí? ¿Qué quieren encontrar en el anuncio de Juan?
En el corazón del Adviento, como
decíamos ya, encontramos esta necesidad de ser completamente sinceros y
transparentes con Aquel que nos conoce mejor que nosotros mismos. Los sacerdotes y levitas tenían pretensiones
y prejuicios acerca de Juan. Es cierto, querían entender qué significaba la
obra que Juan estaba realizando. El problema es que en el fondo parece que
buscaban aprobarlo o desaprobarlo, y no dejarse interpelar, interrogar por sus
palabras. Parece que como enviados de otros, los judíos, no se dejaron enviar
por Juan hacia Jesús, quedándose la voz de Juan ahogada en sus pensamientos,
disuelta por el polvo del desierto donde predicaba y bautizaba, siendo
solamente un sonido en medio de sus voces que no quisieron apartar de sus
corazones. La verdad de nuestra vida y deseos profundos nos llevan a buscar
algo más en este mundo, algo que supere toda realidad terrena. Pero, ¿se puede
encontrar en el mundo algo que supere la realidad terrena y nos haga plenamente
felices, plenamente hombres? ¿No es una contradicción? Este es el misterio de
Dios en la historia de los hombres. Juan se presentó como uno que no pertenecía
ni al ambiente religioso ni político de su tiempo. Anunció simplemente que hay
que mirar hacia la novedad que Dios está trayendo al mundo y a la vida de los
hombres, una transformación inesperada, una presencia totalmente nueva,
distinta, que lo único que pide es confianza en Aquel que me supera, y sobretodo
en que Aquel que va a realizar esto, porque
lo hace solamente movido por el amor.
Juan dice que no es digno de desatar la
correa de las sandalias de Aquel que viene. Este gesto puede significar dos
cosas, que en el fondo van unidas. El primer significado hace alusión a un
gesto que indicaba la renuncia de dar descendencia a la esposa del hermano muerto
(práctica vigente en el tiempo de Jesús), renuncia de tomar el lugar del esposo
porque no le corresponde. El segundo significado puede indicar el gesto de los
esclavos, de los siervos, y con esto Juan estaría diciendo que el único esclavo
y verdadero siervo de Dios es Jesús, y nos está anunciando ya cómo será la obra
salvadora de Jesús, cómo la va a realizar, no por la fuerza, no destruyendo,
sino purificando, perdonando, rescatando al pecador que de por sí merecería la
muerte, dando a cambio su vida.

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