Estigmatización de san Francisco: signo profético

miércoles, 16 de septiembre de 2015
Narran los biógrafos de Francisco que estando por terminar el verano de 1224, Francisco subió, por sexta vez, al monte Alverna, para ayunar una cuaresma en honor de la Asunción al cielo de la Virgen y de san Miguel arcángel, y que éste prodigio de la estigmatización sucedió en este período. Durante esta cuaresma san Francisco su sumergió profundamente en la contemplación de Dios.

Fray León miró “varias veces al santo Francisco extasiado en Dios y elevado de la tierra…”. Más se sumergía en las profundidades del Dios Altísimo, Santísimo, Sumo Bien, Único Bien y más se inflamaba en el deseo de sentir en su alma todo el amor y en su cuerpo el dolor que Jesús tuvo que sentir en su pasión y muerte en Cruz.

“El hombre de Dios comprendió cómo, después de haber imitado el obrar de Cristo durante su vida, debía volverse similar a Él también en las aflicciones y sufrimientos de su Pasión, antes de dejar esta tierra” (Leyenda Mayor XIII,2).

La causa de la estigmatización de Francisco es doble: Dios y Francisco: Francisco que ardientemente, y siempre más, deseaba compartir el amor y el dolor de Jesús en su Pasión. Dios que quiso marcar y premiar su siervo fiel con el sigilo de su Unigénito.

En este día tan especial que conmemoramos sus llagas, san Francisco nos invita a descubrir el poder transformador del deseo de Dios. Muchas veces nos centramos en las obras y olvidamos la fuerza del deseo de Dios, que también muestra la fe que hay en nosotros, don divino. Se desea a quien se Ama.

Como signos proféticos, los estigmas de san Francisco nos recuerdan la sabiduría divina de la pasión y muerte en Cruz de Cristo por amor, la potencia del Espíritu de Dios que poco a poco transforma en oblación viva la vida de los hombres, la autenticidad y veracidad de la doctrina y Regla dictada a san Francisco por el mismo Cristo. Son su inviolable testamento contra todas las desviaciones en el entendimiento y vida del ideal franciscano.


La imitación de Cristo lleva a su conformación total con Él, imitación en el obrar e imitación al contemplar a Aquel que ha querido morir por amor de nuestro amor.



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