Estamos en el centro del
Adviento, y se nos presenta en este III Domingo con insistencia la
figura del Bautista, que nos ayuda a prepararnos para acoger la Luz de Dios en
nuestra vida que es Jesús. Su Palabra es la luz que ilumina y alegra nuestra
vida, sin ella no hay alegría, ni calor en el corazón.
Yo no soy, yo no soy, dice Juan
Bautista, como diciéndonos preocúpense más bien por Aquel que viene (y ya está
en medio de ellos), Él si es quien importa saber quién es, a qué viene, que
trae, etc. Yo se los anuncio, vayan hacia Él, nos dice Juan. Esta dirección en
la que nos pone Juan Bautista conlleva una exigencia de claridad acerca de a quién
estamos buscando, como cuando Jesús pregunta a sus discípulos ¿Qué están buscando? ¿A quién buscan? ¿Qué
quieren encontrar en mí? ¿Qué quieren encontrar en el anuncio de Juan?
En el corazón del Adviento, como
decíamos ya, encontramos esta necesidad de ser completamente sinceros y
transparentes con Aquel que nos conoce mejor que nosotros mismos. Los sacerdotes y levitas tenían pretensiones
y prejuicios acerca de Juan. Es cierto, querían entender qué significaba la
obra que Juan estaba realizando. El problema es que en el fondo parece que
buscaban aprobarlo o desaprobarlo, y no dejarse interpelar, interrogar por sus
palabras. Parece que como enviados de otros, los judíos, no se dejaron enviar
por Juan hacia Jesús, quedándose la voz de Juan ahogada en sus pensamientos,
disuelta por el polvo del desierto donde predicaba y bautizaba, siendo
solamente un sonido en medio de sus voces que no quisieron apartar de sus
corazones. La verdad de nuestra vida y deseos profundos nos llevan a buscar
algo más en este mundo, algo que supere toda realidad terrena. Pero, ¿se puede
encontrar en el mundo algo que supere la realidad terrena y nos haga plenamente
felices, plenamente hombres? ¿No es una contradicción? Este es el misterio de
Dios en la historia de los hombres. Juan se presentó como uno que no pertenecía
ni al ambiente religioso ni político de su tiempo. Anunció simplemente que hay
que mirar hacia la novedad que Dios está trayendo al mundo y a la vida de los
hombres, una transformación inesperada, una presencia totalmente nueva,
distinta, que lo único que pide es confianza en Aquel que me supera, y sobretodo
en que Aquel que va a realizar esto, porque
lo hace solamente movido por el amor.
Juan dice que no es digno de desatar la
correa de las sandalias de Aquel que viene. Este gesto puede significar dos
cosas, que en el fondo van unidas. El primer significado hace alusión a un
gesto que indicaba la renuncia de dar descendencia a la esposa del hermano muerto
(práctica vigente en el tiempo de Jesús), renuncia de tomar el lugar del esposo
porque no le corresponde. El segundo significado puede indicar el gesto de los
esclavos, de los siervos, y con esto Juan estaría diciendo que el único esclavo
y verdadero siervo de Dios es Jesús, y nos está anunciando ya cómo será la obra
salvadora de Jesús, cómo la va a realizar, no por la fuerza, no destruyendo,
sino purificando, perdonando, rescatando al pecador que de por sí merecería la
muerte, dando a cambio su vida.
Este es el misterio de la vida de Cristo, de su muerte y resurrección, al cual el tiempo de Adviento quiere prepararnos para celebrarlo en la contemplación, admiración y agradecimiento a Dios Padre por el don de su Hijo. Una realidad verdaderamente humana, y por lo tanto comprensible y cercana a nosotros, y a la vez verdaderamente divina, pues este verdadero hombre es el verdadero Dios, el Hijo de Dios, verdadero y único rostro del Padre. Por lo tanto, desde la encarnación de Jesús, hay algo nuevo en la tierra, algo que nos puede guiar como verdadera Luz en nuestra vida; desde la encarnación del Hijo de Dios, ya hay algo maravilloso en la tierra que puede llenar y dar plenitud a nuestras vidas; desde su encarnación, Dios está presente en un modo nuevo en la tierra, realísimo, bellísimo, único, y más aún, su presencia en mí por el don del Espíritu Santo, me hace a mí mismo ser signo de Él, testigo de su Luz que va transformando mi vida. Ahora tengo una misión particular, toda mía y a modo mío, que encaja en su plan universal de salvación: ser Luz del mundo acogiendo constantemente su Luz que me visita día con día, que me alcanza cotidianamente, que sigue abajándose para salvarme a mí y hacer de mí instrumento de paz y salvación para el mundo. Bendito abajamiento de Jesús, bendita presencia real que me ilumina desde sus sacramentos y me transmite su gracia, bendita identificación con los pobres, sufridos y necesitados de este mundo que me indican un lugar seguro donde Él se encuentra. Bendito el Adviento que me hace mirar hacia la verdadera Luz. Bendita Navidad que abre mis ojos a la Verdad.
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