Las
epifanías de los dioses griegos eran manifestaciones de su poder, signos
milagrosos, ayudas poderosas, que el pueblo interpretaba como signos de su
presencia y favor, y veían en ellas lo que podían ofrecerles. Para los paganos
debía ocurrir algo extraordinario para reconocer ahí una manifestación de Dios.
La
Epifanía del Dios verdadero, es muy distinta, se manifiesta en un bebé envuelto
en pañales, acostado en un pesebre, en una familia reunida que se admira del
milagro de un nuevo ser que ha venido al mundo. La humildad y pobreza del
nacimiento de un bebé perseguido es el modo como el verdadero Dios ha querido
manifestarse.
Los
“reyes magos”, ven una estrella que les anuncia el nacimiento de un nuevo Rey,
de una nueva Luz, de un nuevo orden de cosas. Buscan, se interesan, se ponen en
movimiento, se dejan guiar por la luz de esta nueva y extraña estrella, y en su
esfuerzo descubren que la verdadera estrella que les indicará dónde y quién es
el que ha nacido es la Escritura, la Palabra de Dios revelada a los judíos. Y
lo maravilloso es que se dejan guiar por esta luz. Son hombres que buscan en el
mundo, en los acontecimientos, la verdad. No se contentan más con sus reyes,
con sus dioses, con sus reinos humanos; hacen caso a sus deseos humanos más
íntimos, el deseo de algo nuevo que dé sentido a su existencia plenamente, que
los sacie de una vez por todas, deseo de encontrar el verdadero motivo de sus
vidas. Y Dios les sale a su encuentro, y les dona sus promesas mostrándoles en
la Escritura que este anuncio es también para ellos. Herodes y los estudiosos
de la Palabra tienen materialmente en su poder los libros, pero no se han
dejado iluminar por su contenido, y sin saberlo dan a los paganos “reyes magos”
el regalo de ser guiados hasta la salvación verdadera, Jesucristo y su familia
humana. Por todo esto, los “reyes magos”
nos son tan simpáticos, identificamos nuestras búsquedas, nuestros deseos
profundos con los que ellos sintieron, identificamos nuestras inconformidades
ante los valores que el mundo quiere presentarnos como “últimos y definitivos
bienes” y ante la caducidad de las cosas que pretenden entreguemos a ellas
nuestro corazón. Sintiendo todo esto buscaron algo más, y lo encontraron en
Jesús, el Dios verdadero y glorioso que buscó el modo para estar lo más
cerquita de nosotros, y por ello renunció a todo, de rico se hizo pobre, de
grande se hizo pequeño, y así nos enriqueció.
En este día, hermanos, pidamos a Dios
de poder encontrar, mirando y escrutando el mundo, los acontecimientos, la vida
cotidiana, nuestra historia, aquellos signos de su presencia en nuestra vida,
aquellos gritos que ha lanzado hacia nosotros para que volviésemos nuestra
mirada hacia Él y descubriésemos su presencia misericordiosa, aquellas veces
que ha querido hacernos mirar el deseo benévolo del Padre de encontrarnos y
mostrarnos la locura y pasión de su amor por nosotros. Hoy, propiamente hoy,
Dios quiere mostrarse ante tus ojos, manifestar su gloria ante ti para que
encuentres paz, gozo y salvación.
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